jueves, 29 de abril de 2010

DESAPEGO

Buda dijo:


“El mundo está lleno de sufrimientos; la raíz del sufrimiento es el apego”

Pero ¿qué es el “apego”?, pues podríamos definirlo como un estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o persona determinada, originado por la creencia de que sin esa cosa o persona, no es posible ser feliz.

El budismo es radical en esta materia, afirmando que la supresión del sufrimiento es la eliminación del apego, entendiendo que el mundo material es en sí mismo malo y que por tanto es preciso, para alcanzar el nirvana, como sublimación espiritual del individuo, la eliminación absoluta del apego hacia cualquier elemento material, como renuncia absoluta al mal y camino único hacia la perfección espiritual.

Ahora bien, desde las posiciones filosóficas occidentales, de raíz greco-latina-cristiana, el desapego no implica frialdad, ni desinterés, ni indiferencia, ni desamor, ni tan siquiera desafecto hacia las cosas o las personas, sino que más bien implica no tener miedo a perder sea lo que sea a lo que estemos apegados.

Es decir, que el desapego no significa abandonarlo todo, no trabajar más o no desear nada material, sino que tan solo implica pensar que nuestra felicidad no depende de mantener la posesión de las cosas o la relación con las personas con las que tengamos un vínculo afectivo.

Desde dicha perspectiva el desapego nos permitirá trascender hacia un plano espiritual más elevado, vinculado a lo que Jesucristo llamó “La pobreza de espíritu” entendida como la “austeridad cristiana” que el propio Jesús definió diciéndonos:

"Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" y hallaréis descanso para vuestras almas (Mateo 11,29).

Es decir que para el cristiano es esencial la austeridad y el desapego, pues nos liberan interiormente de la esclavitud de los deseos frente a los bienes de este mundo.

Así efectivamente Jesús enseña:

"Bienaventurados los pobres de espíritu" (Mateo 5,3).

"Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o bienes por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno" (Marcos 10,29-30).

Lo que Pablo intenta explicarnos en su encíclica a los filipenses al decirnos:


“Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, el cual siendo de condición divina, no retuvo avaramente ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo"

En conclusión Jesús nos enseña un desapego tan radical y profundo como el budista, pero en atención a una motivación radicalmente diferente: el amor inmenso no a “Su” gloria, sino a “Sus” criaturas, mostrándose como camino hacia la "gloria de Dios Padre".


"Recibe todo cuanto Él manda sobre ti y ten buen ánimo en las vicisitudes de la prueba. Pues el oro se prueba en el fuego, y los hombres gratos a Dios en el crisol de la tribulación. Confíate a Él y te acogerá, endereza tus caminos y espera en Él "(Eclo. 2, 1-6).


Quienes tenemos la suerte de haber nacido en una familia donde no se pasa extrema necesidad debemos reflexionar seriamente para ver cómo vivimos esta virtud humana de la pobreza y cómo es nuestra solidaridad.

Darnos cuenta de que, aunque el bienestar es algo bueno y deseable para todos, no es el fin de la vida personal porque, al fin y al cabo, desnudos vinimos al mundo, y desnudos volveremos a la tierra. Nuestro corazón será despojado hasta de la ropa que usamos. Bueno será ejercitarse en el desapego de las cosas; es decir, bueno será vivir la virtud de la pobreza.

En el Calvario despojaron a Jesús de todo lo que poseía materialmente.
No nos extrañemos si el medio por el que entramos en el privilegiado lugar del sufrimiento es la pérdida de los bienes terrenos.

Será que Dios cuenta con ello.

miércoles, 28 de abril de 2010

ESPACIOS INTERIORES


A la manera de Proust algunas noches trato de dormir infructuosamente.

Después de un rato de sueño, me despierto agitado por mis ensoñaciones, mezcla de recuerdos y pesadillas, y en el acogedor silencio de la oscuridad de mi habitación vuelvo a dormirme, no sin antes acurrucarme en mi cama en busca del sueño que me esquiva.

Y, en esos momentos de duermevela, mezclo los recuerdos de mi infancia o juventud con mis frustraciones, ilusiones y deseos de adulto, hasta que, recobrada la conciencia, dejo los pensamientos que me entretienen , los reconozco como obsesiones de mi alma y tras respirar profundamente vuelvo a la paz del sueño, generalmente no por mucho tiempo, pues la experiencia se repite, una y otra vez, hasta el alba.

No obstante, si hacemos caso a Nietzsche, esas experiencias Proustianas, habrán venido a contribuir en la formación de mi “yo”, con idéntica fuerza que mis experiencias “reales”, de tal modo que mi propio ser, tal y como está hoy configurado, sería el resultado de la combinación de mi vida real y de mi vida onírica, lo que no deja, al menos, de ser poético.

Sin embargo en esas noches de insomnio acabo cogiéndole miedo a mis “espacios interiores”.
Mi memoria, mi razón y mis principios anidan en ellos, se expanden y lo llenan todo.

Mi memoria, con los recuerdos de lo aprendido, con mis experiencias, mis ilusiones, y mis decepciones –soñadas o reales− tamizadas todas ellas, a través de la razón, por mis principios, mis creencias y mis convicciones, conforman no solo mi forma de pensar, sino también, y por consecuencia, mi forma de ser y de actuar.

Al final llego a una conclusión tranquilizadora:
Si la vida solo fuera, como pretende Camus, la existencia meramente corporal, sin un alma o espíritu más allá de la mera inteligencia fruto de una pura evolución animal, entonces ¿para que asumir el sufrimiento y no adquirir más riesgos que los propios de las personas juiciosas?
No se trataría de ser “justo”, en el sentido peyorativo cristiano, sino tan solo “volteriano”: La existencia del hombre, la mía propia, quedaría así justificada por las aportaciones hechas a los otros, por mis actuaciones meramente materiales.

Sin embargo ello sería tanto como abdicar de mis creencias y de mi educación.
Dios, misericordioso y omnipresente, sería apartado abruptamente de mis pensamientos y de mi conciencia, y esta no me lo consentiría.

Credo quia absurdum (Tertuliano)